Publicado en el enlace siguiente: La vida de Budy. diariovasco.com
Fecha: 31/01/2010
José Manuel -Budy- Mancisidor, de 46 años,
se comunica con una tabla de alfabeto y
escribe en el teclado del ordenador con un punzón .
/USOZ
Es una historia de superación personal, escrita con gran ternura. José Manuel -Budy- Mancisidor es un zumaiarra de 46 años aquejado de una parálisis cerebral que le impide hablar y andar. Pero poco más. Budy sólo se ha puesto los límites obligados por sus circunstancias. Se comunica señalando letras y palabras en una tablilla instalada en su silla. Y también con el ordenador. Ahí se gestó su libro 'Experiencias. Mi vida a través de las vivencias personales', una autobiografía que comenzó hace dos años y que llega hasta su momento presente. Detrás hay un gran esfuerzo personal. Escribe en el teclado con un punzón y cada movimiento es muy costoso. «Prefiero esto a estar todo el día en la tele», escribe. «Un tío sin metas en la vida es alguien 'muerto'. Entre comillas». Tuvo que dejar el piso que se había comprado y donde vivía de forma independiente cuando las dificultades físicas aumentaron. Ahora reside en el centro Matía-Iza de Donostia. Su madre, Miren Olaizola, le enseñó a luchar. «Nunca le podré agradecer a la ama. No hay dinero».
Estos son algunos fragmentos de su relato de 30 páginas.
El nacimiento
«Tragué porquería y me afectó al cerebro»
«Mi madre tuvo un embarazo normal conmigo. La cosa se complicó en el parto, como en el 99% de los casos de parálisis cerebral. A mi madre le dieron demasiada anestesia y al no hacer fuerza, yo tragué porquería y me afectó al cerebro, a una parte del cerebro, en mi caso al habla y al sistema motor.
El nacimiento
«Tragué porquería y me afectó al cerebro»
«Mi madre tuvo un embarazo normal conmigo. La cosa se complicó en el parto, como en el 99% de los casos de parálisis cerebral. A mi madre le dieron demasiada anestesia y al no hacer fuerza, yo tragué porquería y me afectó al cerebro, a una parte del cerebro, en mi caso al habla y al sistema motor.
(...)Cuando cumplí el año y medio mi madre me llevó a Madrid. Fuimos en avión. Mi madre se atrevió a ir sola con un niño de 18 meses a Madrid. Una señora que apenas había salido de Cestona, un pueblo pequeño de unos 2.000 habitantes. Logró aprender unos ejercicios de gimnasia para después trabajar conmigo en casa. Tenía un aparato ortopédico que me ponían para dormir (...) Ahora pienso lo fuerte que fue en aquellos momentos. Apostó todo a un número. Le daba igual lo que decía la gente de su entorno, marido, hermanas, cuñadas, etc. Algo le decía en su interior que su hijo saldría adelante y el tiempo le dio la razón. Nunca le podré agradecer lo suficiente.
Yo soy de la calle Juan Belmonte. Vivíamos puerta con puerta con la familia Apestegui. Mi madre siempre suele decir que la señora de aquella casa, Josepa, fue como su segunda madre, siempre que le veía cansada le solía decir: 'Miren tráeme al crío y descansa un poco'. (...) Yo era como un trapo viejo, me dejaban en el suelo boca arriba y me podía pasar horas quieto, eso con 3 ó 4 años. Mi madre veía que yo conocía a los de casa. Entonces pensó que algo había y empezó a estimularme. Mis padres trajeron una tele, la primera del barrio. Nuestras madres, por lo menos la mía, usaban el jabón 'Omo'. Yo, cada vez que salía en la tele el anuncio de 'Omo' señalaba con la mano y me reía como diciendo: 'Eso hay en casa, lo tiene la ama'. Entonces mi madre se dio cuenta que yo de tonto, ni un pelo. Fue entonces cuando puso en la sala una gran pizarra y empezó a enseñame los numeros y las letras.
Infancia
«Los niños me aceptaban como a otro cualquiera»
Yo hasta los 5 años de edad no comencé a caminar, sin embargo salía a la calle a jugar con los otros niños a gatas. Siempre tenía las rodillas llenas de heridas, de andar por el suelo, pero a mi madre solamente le importaba que fuera como el resto de los niños y ella observaba que los demás chavales me aceptaban como a otro cualquiera.
Infancia
«Los niños me aceptaban como a otro cualquiera»
Yo hasta los 5 años de edad no comencé a caminar, sin embargo salía a la calle a jugar con los otros niños a gatas. Siempre tenía las rodillas llenas de heridas, de andar por el suelo, pero a mi madre solamente le importaba que fuera como el resto de los niños y ella observaba que los demás chavales me aceptaban como a otro cualquiera.
Jugábamos a indios y vaqueros. Con palos que cogíamos del monte y con pequeñas navajas le dábamos forma a la escopeta, o al arco y las flechas del indio. Yo hacía lo que podía con mis manos. Siempre había un amigo que me echaba una mano. (...) Yo no me quedaba atrás, en todo participaba.
En 1971, cuando tenía 7 años, un doctor les recomendó a mis padres que me enviaran al Hospital del Niño Jesús a operarme de las piernas. La verdad, no tengo un buen recuerdo de mi estancia allí. A primera hora nos llevaban a la piscina y luego al fisioterapeuta. Después nos daban clases de EGB.
Yo quería participar como todos los niños, pero el profesor no me dejaba. Al no poder hablar se pensaría que era retrasado mental. Me sentaba en una mesa como los demás chavales con la diferencia que los demás chavales con sus cuadernos y libros y yo, sin nada. Con 7 años apenas te das cuenta del desprecio que te hacen, pero sí me daba cuenta de que aquello no era normal. Yo quería mi cuaderno y mis libros como los demás.
(...)Me acuerdo perfectamente cuando me solían llamar mis padres los domingos a la tarde, yo me ponía a llorar cuando oía su voz por el teléfono, yo verdaderamente lo solía pasar mal. Por otro lado estaba deseando que llegara el domingo para hablar con mi familia, aunque yo no les podía decir nada, porque no podía hablar.
Mis amigos
«Si quieres algo, lo tienes que trabajar»
Yo estoy muy orgulloso de los amigos que tengo. En general son amigos de verdad. Pienso que me lo he trabajado yo también, que no me he quedado en casa diciendo: 'No tengo amigos'. Si quieres algo lo tienes que trabajar.
Mis amigos
«Si quieres algo, lo tienes que trabajar»
Yo estoy muy orgulloso de los amigos que tengo. En general son amigos de verdad. Pienso que me lo he trabajado yo también, que no me he quedado en casa diciendo: 'No tengo amigos'. Si quieres algo lo tienes que trabajar.
Para mí, la comunicación es muy importante. El hecho de que yo no pueda hablar oralmente me ha cerrado muchas puertas a la hora de relacionarme con la gente. Por ejemplo, estás en la cuadrilla poteando y la gente está hablando unos con otros, y tú quieres participar como otro más y ves que no puedes. La conversación va tan rápido que cuando vas a decir algo ese algo ya está desfasado, ya no viene a cuento. La gente va tan rápida que nadie tiene la paciencia para mirar el abecedario y oírme.
(...)Un día vi una bicicleta de cuatro ruedas que pertenecía al vecino del otro portal. El dueño de la bici no estaba y me subí sobre ella comenzando a andar. Para mí fue una experiencia inolvidable ya que... ¡avanzaba más que andando!(...) La bicicleta se convirtió en mis piernas, iba a todas partes con la bici. Que tenía que ir a Donosti a cualquier cosa, iba con mi bici, la metía en el tren y me recorría toda la ciudad con ella. La gente en Donosti se quedaba mirándome. Ver a un tío con una bici de tres ruedas, no encajaba en sus esquemas.
Anduve con la bici hasta los 33 años. La dejé porque cada vez me cansaba más y sufría dolores de espalda. También me caía más que antes, y un día decidí comprarme una silla eléctrica. La decisión fue dura. Fue como echar por la borda el trabajo que había hecho mi madre con tanto esfuerzo, pero al final ella también veía que la necesitaba para ir más cómodo y llegar a más sitios.
(...)Yo pienso en todos los paralíticos cerebrales y minusválidos en general, tanto físicos como psíquicos. Tienen que darnos oportunidades a lo largo de toda la vida. En la infancia, la oportunidad de jugar con los demás niños. Claro está, dentro de sus posibilidades. Si el niño no es capaz de andar no se puede pretender que sea un delantero de fútbol pero a lo mejor puede ser un portero. O si no es capaz de 'nada', pues que haga de espectador, y que chille. La cuestión es que el niño esté allí como uno más.
Cuando se es adolescente y quiere salir con los amigos de clase o del barrio, pues, dentro de sus limitaciones, que salga. Que los padres tienen miedo de que le pase algo, pues hay un riesgo que hay que correr. Ese riesgo lo tenemos asumido en la gente 'normal'».
Fue un monitor de Aspace de Donostia, Javier García, quien bautizó a 'Budy': sus gafas y el pelo revuelto recordaban al Woody Allen de sus años jóvenes. Gracias a los grupos de debate de este centro aprendió a «admitirse» a sí mismo, dice. Mari Jose los Arcos, trabajadora social del centro Matía-Iza, destaca la actitud positiva de Budy. «Es muy colaborador. Tratamos de mantener la independencia de todos los residentes, pero a veces hay que hacer algún recado para alguien. Él siempre se ofrece». Y eso que Budy, jubilado por incapacidad de la Once, es una persona ocupada. Acude a clases de informática, no se perdió el último concierto de Joaquín Sabina y disfruta mucho de las reuniones con su amplia familia, incluidos sus ocho sobrinos.
